Ruta realizada el Martes 06/10/2020
Participantes: Domingo, Félix, Pepe
Reproductor audio crónica:
¡Qué día señores, qué día! Primavera más que otoño
Repetíamos el horario de las jornadas anteriores, pero el sueño o la alarma del móvil o los astros, me jugaron una mala pasada. Casi me tiene que despertar Félix con golpes en la puerta.
Luego ya va todo rodado y retomamos la rutina de desayuno y acilamiento habitual, preparándonos para nuestra última ruta (de momento) por estas tierras.
Esta vez tenemos que cargar las bicis en el coche, que vamos a empezar desde un punto cercano a Vilches, a unos 25 km del hotel. Es para recorrer la zona que nos queda por hoyar, aunque ya sabemos que lo principal del parque lo tenemos visto.
La entrada al pueblo de Vilches es por un polígono industrial, donde están “aceites La Española” y “cerámicas de Vilches”. Se ve que la localidad es activa, industriosa y económicamente relevante; pero con un olor a mierda de gorrino que tira de espaldas. Es bajarnos del coche y empezar a sentir arcadas, no en vano paramos junto a las tapias de un “concentrador de residuos”, que está en zona urbana y rodeado de viviendas ¡tiene cojones!
Salimos cuanto antes, con la sensación de haber partido de la habitación del hotel del primer día, que también olía lo suyo.
Primero un poco de carretera local estrecha, donde en 3 km nos cruzamos con varios camiones articulados, menos mal que enseguida alzanzamos la comarcal y enfilamos pista.
El firme está muy cuidado, ancho como una autopista y solo algunos baches dispersos en las zonas donde se concentró el agua de lluvia. Aun así, estas pistas son duras, con algo de china suelta y un rizo transversal que te va moliendo ojal, sobre todo con la bici rígida.
Subidas y bajadas continuas, más bien suaves, nos llevan por algo de olivo, que enseguida se transforma en dehesa ganadera. Fincas enormes de encina y monte bajo muy peladas de hierba, posiblemente por la erosión del ganado que, sin embargo, no se deja ver. Todas perfectamente valladas, con puertas de obra que muestran el nombre y el hierro de la casa. Así pasamos por “Los penosillos”, “las vaquetas”, “la mora”, “la tiesa” y un sinfín más de cortijos, que aquí nombran como caserias. Vemos la casa de algunos, a lo lejos, con sus paredes color blanco o albero y su tentadero contiguo. Este concepto de finca de recreo andaluz queda lejos de nuestro entendimiento ¿quién tiene esto?¿a qué lo dedica?¿es divertido estar aquí?
Seguimos avanzando por esta pista que llaman el cordón y que es parte de la cañada real que llega hasta la serranía de Cuenca. Podríamos ir por aquí hasta Aldeaquemada y La Cimbarra, pero se nos hace largo y más para el último día.
El terreno varía ligeramente al coger altura, tampoco mucha, y van apareciendo otros árboles distintos de la encina, algo más semejante a la vegetación de días anteriores, pero no tan frondoso. Aun así, a mí me gustan las vistas y el ambiente solitario en mitad del campo.
Que si sí, que si no, que si ya nos lo sabemos, vamos pensando en dar cuenta del plátano e iniciar el regreso, que será prácticamente por el mismo camino. En eso estamos cuando llega un ciclista gordo con eléctrica y otro muy flaco, con bici vieja. Vestidos de chándal, con sus cascos asemejando boinas. Les paramos y preguntamos por el castillo de Alver que hemos visto referenciado en un cartel -¡Torre de Alver!- nos corrige amablamente. “nada, son dos kilómetros. Primero pasarás un cortijo que están arreglando, sigues y verás un control con barrera y unos perros. En ese punto, pasas la barrera que queda a la izquierda y subes al castiilo.”
Pues bien, las explicaciones eran perfectas en distancias y descripciones, pero ese complejo absurdo de madrileño chulo nos hace tomarlas con reparo, por el acento andaluz, por el modo de decirlo, lo que sea.
Nuestro primer juicio es que se ha equivocado, a pesar de que va coincidiendo todo y, antes de llegar al punto de control, nos metemos en una finca privada, a la derecha del camino en lugar de la izquierda ¡ya se veía el control! ¡ya oíamos los nombrados perros!… ¡ya nos han visto los guardas de la finca, que vienen en coche! Nos excusamos, nos volvemos, nos vamos…
Se nos pasan las ansias culturales y mandamos a tomar por culo el castillo. Nos conformamos con verlo desde lejos y complementar nuestra instrucción con la información del cartel que lo señala. Son las ruinas de una torre que los almohades debieron construir para reforzar sus fronteras, después de la batalla de Las Navas. Sirvió durante pocos años y ahora solo queda un lienzo en pie y la base del diseño original.
Iniciamos el retorno por donde vinimos, sin más novedad ni distracción que un venado que se cruza y choca en su huida con la cerca que separa el monte abierto de la finca colindante. Corre un rato a nuestro lado, dejándonos ver su agilidad y elegancia. Se mueven de una forma suave y acompasada, muy rítmica. Totalmente distinta de la carrera de los jabalíes, que es bruta y torpe. Finalmente cambia el sentido y nos separamos.
Seguimos con nuestro sube y baja hasta el pueblo, variando un poco el recorrido. Enseguida vuelve a embargarnos el olor a purines de cerdo que se pega a la garganta como si los masticaras, señal inequívoca de que estamos a las puertas de Vilches.
Vuelta al hotel, duchazo, comilona al sol con las montañas delante, charleta con el camarero, que está relajado y dicharachero. Luego ya solo el viaje de vuelta para cerrar esta estupenda escapada.
Otras fotos: Link Álbum
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2 comentarios en “Despeñaperros: Vilches-dehesas-castillo de Alver”
Los comentarios están cerrados.
Pepe , os persiguen los malos olores. Tenéis que llevar en la bici unas ramas de canela natural.
Los castillos de Despeñaperros necesitan algo mas que una mano de pintura. Cuando terminen los obreros en mi casa los mando para allá.
Muy guapos en la última foto, pqrece una foto de perfil de meetic.com
(Soy muy mala)